Este texto es la versión revisada de un cuento de 2009, de lo poco que escribí que me sigue gustando, espero que también a vosotros.
A escasos ocho meses de vida cayó en sus manos el primer instrumento de
dibujo, un lápiz de colores medio gastado que encontró por el suelo
mientras se revolcaba.
Por instinto lo cogió, y con alguna enseñanza o
ayuda externa consiguió tomarlo en su puñito casi recién nacido y
apoyarlo contra un papel. De allí nacieron las primeras rayas de su
trayectoria artística.
Fue el típico dibujo de niño muy pequeño, que por
facilidad acaban siendo círculos y círculos (es el movimiento más
sencillo y natural, girar las articulaciones). Este rallado fue el inicio
de una larga carrera. Pronto dibujaba como todos los niños de su edad;
mal.
Pero a la edad en que todos lo dejan él siguió. Pronto comenzó a
destacar. Su secreto era la observación. Se fijaba en todo lo que le
rodeaba. No perdía detalle, y trataba de plasmar todo en papel, mesas o
cualquier superficie susceptible de ser pintada.
Su técnica se fue
agilizando con los años. Pronto fue considerado un pequeño artista entre
los más allegados, pero entonces entró en juego su ego, y sus
convicciones.
Para él todo lo que nos rodea no podía ser producto del
azar pues, era demasiado elaborado. Creía por tanto en algún ser
superior, llámalo Dios, llámalo energía o algo semejante, pero por
fuerza debía existir un gran artista, el más grande de todos los
tiempos, que hubiera creado el mundo y el resto del universo. Este ser tenía un
control de las texturas y las sombras y un nivel de detalle fuera de
serie, pero en última instancia todo era como una gran animación, los
píxeles eran lo que nosotros llamamos las partículas elementales y todo
era regido por un potentísimo ordenador que ordenaba los movimientos y
nos dotaba de cierta inteligencia artificial.
La aspiración de este
artista era encontrar un fallo a esa creación y entonces poder demostrar
que él era capaz de hacerlo mejor. Pero había un problema. Él era mortal,
y el supuesto artista creador era inmortal, por lo que contaba con una
gran ventaja.
Por eso se alegró sobremanera cuando, rondando ya la
cincuentena, encontró ese fallo en la creación.
Fue nada, un segundo, una
sombra mal puesta que se corrigió casi al instante, pero eso bastó. Sus
creencias se reafirmaron y, al saber él lo que sabía, a su creador no
le quedaba más que saberlo, pues todo gran artista “siente” lo que
sienten sus obras preciadas y, no cabe duda, de que una obra tan
perfecta debía ser muy preciada para él.
Pero tras tantos años se había descuidado, y una
de sus inteligencias artificiales había conseguido encontrar un fallo a
su gran obra. Que irónico, un personaje de su enorme cuadro criticaba
un fallo técnico del mismo.
No criticaba los actos de otras
inteligencias. O la multitud de cosas "feas" inventadas en esa gran obra,
criticaba un fallo real, algo que no podía ser hecho a propósito un
pequeño gran error.
El Creador lo supo al instante y llevó a su
creación, nuestro artista, a su presencia, para felicitarle por ser el
único en milenios que había descubierto un fallo. En ese momento hizo
entrada su Ego, y su amor propio; el gran artista retó al Creador. Dijo
que él podía hacer un mundo mejor y sin absolutamente ningún fallo, pero
que necesitaba tiempo, necesitaba por menos el mismo tiempo que había
necesitado el creador para hacer este mundo.
A todos los artistas les
gustan los retos, y el Creador aceptó la petición sin dudar demasiado.
Sólo puso una condición: cuando acabase la obra moriría como todas sus
creaciones, y no le molestaría más. Además, juró, picado en su orgullo por
el fallo descubierto y por el reto, que vigilaría estrechamente todos
los posibles fallos técnicos de la obra que nuestro gran artista se
disponía a crear.
De este modo, nuestro gran artista consiguió una larga vida en la que pudo crear a su antojo un universo precioso. Tras varios milenios, como esperaba el creador primigenio, se
descubrió un pequeño fallo en la obra del artista que retó al creador.
En ese mismo momento acabó su vida eterna y volvió a la cincuentena de
su antiguo mundo, donde vivió su anodina existencia hasta el fin de sus
días.
Dejó de crear pues ya había hecho una obra inigualable, y no quería
mancillar sus manos con obras materiales como las que hacía antaño,
prefería el recuerdo.
Sucedió por aquel entonces que el Creador, que
había decidido en su enfado destruir el nuevo universo que le superó
durante milenios, embelesado por la belleza de la obra que este gran
artista había creado, decidió mantenerla intacta. Quizás fue por los
miles de años que llevaba observándola detenidamente en busca de ese
pequeño fallo que finalmente encontró. Quién sabe. El caso es que,
enamorado de esta obra se cerró en sí mismo y se dedicó a la observación
pura, sin irrumpir ni modificar en absoluto esa gran obra de arte.
Vio
al hombre nacer, crecer, crear y destruir poco a poco esa gran obra, vio
bellos paisajes y curiosos animales. Vio a esa inteligencia emergente
igual que había visto a la que él creó. Les vio adorando a diversos
dioses creadores y se lamentó. Dios, vuestro Dios y Creador, está
muerto; yo mismo le maté, yo mismo, el que vuestro Dios llamaba Dios.
Ahora, sois libres. Ya estáis listos para vivir sin dioses, ya podéis
tener un artista capaz de retar al creador, pero esta vez no habrá
oportunidad. Ya no hay Dios para vosotros, si creáis, hacedlo en la obra
de arte que habitáis, y mejorarla, aun cuando es casi imposible, pero
nunca podréis crear otra cosa semejante.
Dicho esto se retiró para
siempre, y así termina esta historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario